La sexta extinción

Este es un libro que se lee con la facilidad de un cuento. Y ojalá fuera solo una fábula, pero lo que narra en sus trece capítulos es verídico y grave. Y creo que su lectura es tan grata merced a la claridad explicativa y al dominio del periodismo científico de su autora, Elizabeth Kolbert. Como adelanta el subtítulo, la «Sexta Extinción» tiene un origen no natural sino antrópico: luego de las «Cinco Grandes» extinciones ocurridas en la Tierra durante los últimos 500 millones de años (períodos ordovícico [443 m. a.], devónico [372 m. a.], pérmico [252 m. a.], triásico [201 m. a.] y cretácico [66 m. a.]), la sexta tiene por responsable eminente al ser humano. Es el impacto de las actividades humanas sobre los ecosistemas el que desencadena esta extinción en masa, y, frente a otros eventos ecocidas del pasado igualmente inducidos por Homo sapiens, el actual no tiene parangón: es global, masivo, deletéreo. El libro se abre con una inquietante cita:

Si la trayectoria humana encierra algún peligro, no es tanto en la supervivencia de nuestra propia especie como en dar cumplimiento a la ironía última de la evolución orgánica: que en el momento de alcanzar la comprensión de sí misma a través de la mente humana, la vida haya condenado sus más bellas creaciones (E. O. Wilson).

Es una paradoja turbadora. Por qué la naturaleza —la vida— parece condenada a la autodestrucción, habida cuenta de que los exterminadores somos naturaleza —vida—. ¿Ironía de la evolución? Más bien sarcasmo. ¿Evolución malograda? No, pues entenderlo así supondría aceptar una filosofía de causas finales, que la evolución —selección natural— es finalista y persigue un objetivo. Y no es el caso.

Vivimos, por tanto, un «momento verdaderamente extraordinario». Somos conscientes, gracias a la ciencia, de la prodigiosa biodiversidad resultado de un proceso histórico inmemorial; pero también descubrimos y sabemos adónde nos llevan la demolición de esa variedad de especies animales y vegetales, nos reconocemos responsables de dicha demolición y la vivimos con horror. Como advirtió Richard Leakey: «Homo sapiens podría no ser únicamente el agente de la Sexta Extinción, sino que corre el riesgo de convertirse en una de sus víctimas». A tenor de los desencadenantes de la Sexta Extinción (destrucción de ecosistemas y hábitats, sobreexplotación de especies, emisiones de CO2…), ya somos victimarios y víctimas.

Bibliografía: Kolbert, Elizabeth: La sexta extinción. Crítica, Barcelona, 2015 (traducción: Joan Lluís Riera).

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Océanos de plástico

(Justin Hofman)

«Imagine 15 bolsas de la compra llenas de plástico […] apiladas en cada metro de costa del planeta: sumarían unos ocho millones de toneladas, su estimación media de lo que tiramos al océano cada año. No está claro cuánto tiempo tardará ese plástico en biodegradarse por completo hasta el nivel molecular. Se calcula que entre 450 años y nunca» (Jenna Jambeck, profesora de ingeniería de la Universidad de Georgia).

Hace años que sabemos que el océano está roto. Lo hemos convertido en una escombrera, no solo de plásticos sino de cualquier desecho imaginable: boyas de aluminio, bombillas, botellas de vidrio, calzado, manchas de petróleo y aceite… Además, ahora sabemos que hay plástico incluso en los confines más remotos del planeta. En 2015 unos investigadores hallaron la isla Henderson (en el Pacífico Sur) repleta de plástico, y calcularon un total de 38 millones de piezas de basura…

 «Se han hallado microplásticos en todos los lugares del océano donde se han buscado, desde los sedimentos del lecho marino más profundo hasta los hielos flotantes del Ártico […] En algunas playas de la isla de Hawái, hasta el 15 % de la arena es en realidad un granulado de microplásticos».

La mayoría del plástico que consumimos no se recicla, además de que hay plásticos de difícil o muy difícil reciclaje (por ejemplo, el policloruro de vinilo [PVC], presente en tarjetas de crédito, tuberías, piel sintética, etc.), de modo que el problema supera nuestra capacidad de gestionar los residuos. ¿Cómo vamos a limpiar unos océanos saturados de plásticos, desde la superficie hasta el más recóndito fondo?

¿Quién no ha visto el vídeo de YouTube en el que un biólogo extrae con las pinzas de una navaja multiusos la pajita de plástico que una tortuga lleva atascada en una fosa nasal? Por si fuera poco el sufrimiento que ocasionamos a los animales en tierra, hay que sumarle el daño que les causamos en el mar:

«el albatros muerto con el estómago a reventar de basura; la tortuga atrapada en los aros que unían un pack de seis latas de refresco, con el caparazón deformado tras pasar años ceñido por el resistente plástico; la foca enganchada en una red de pesca abandonada».

Se han encontrado microplásticos hasta en pulgas de mar.

¿Qué hacer? Pienso que el daño es irreversible e irreparable, y que lo único que podemos hacer es ralentizar la tragedia con gestos como no usar bolsas ni botellas u otros envases de plástico; reciclar siempre, todo lo que se pueda y, por supuesto, no tirar basura a la naturaleza.

(Esta entrada es solo un breve comentario al magnífico reportaje publicado en National Geographic, vol. 42, n. 6, junio de 2018. Las citas están referidas a dicho reportaje).

«El calentamiento global»

img635«[…] es muy probable que se produzca un importante calentamiento global antes de que hayamos muerto. Estos cambios provocarán con probabilidad daños extensos y graves. Los pocos que impugnan estos datos, o son ignorantes o se adhieren con tal fuerza a su punto de vista que echarán mano de cualquier excusa para negar el peligro» (Spencer Weart).

La firme cita de arriba no es una mera veleidad intelectual ni una exageración de las circunstancias. Este libro expone y desarrolla cronológicamente cómo los esfuerzos de miles de investigadores del clima nos han enviado una advertencia a tiempo. O quizá, como aprecia Weart, «con el tiempo justo». Aunque la climatología esté, como el resto de ciencias, llena de incertidumbres (nadie sabe con exactitud qué hará el clima), el hecho es que existen «más probabilidades de que suframos un calentamiento global que lo contrario». Si tenemos en cuenta que El calentamiento global está escrito en el año 2003, y que los informes científicos actuales revelan que, en efecto, hay una abrumadora evidencia sobre el cambio climático de origen antrópico (v., Informe de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia: «Lo que sabemos: la realidad, riesgos y respuesta al cambio climático» [con entrada en este mismo blog]), convendremos en que el libro de Weart anunciaba con precisión el statu quo futuro.

Uno agradece que la historia de cómo los científicos llegaron a formular la ciencia del cambio climático esté escrita de manera tan fluida y accesible. El libro se lee casi como una fábula, si no fuera por lo grave de la intensidad verídica de lo que pone en juego. Es la narración de cómo se consiguió comprender un problema espinoso (y el lector se sorprenderá, entre otras cosas, de lo lejos que vienen tantos eventos y estudios climáticos que creía recientes), de «cómo hemos llegado a la situación actual y cómo hemos llegado a comprenderla». No se trata de describir las acciones que podemos acometer para mitigar el problema, y en este sentido El calentamiento global es un libro de historia de la ciencia. Pero, como escribe su autor,

«la larga lucha para concebir cómo la humanidad podía estar alterando las condiciones atmosféricas fue un esfuerzo poco visible. Durante muchas décadas solo se dedicaron a él unos cuantos individuos apenas conocidos por quienes no fueran sus colegas más próximos. Sin embargo, la crónica de esas personas puede ser tan importante para el futuro de nuestra civilización como cualquier historia que nos hable de política, guerras y grandes agitaciones sociales».

Si, como decía Cicerón, la historia es magistra vitae, también lo es la historia de la ciencia. Y este libro es buena prueba de ello. Nadie debería privarse de la cultura científica que sobre la cronología del estudio del calentamiento global aporta esta obra; pero su lectura debería ser obligatoria para los políticos, en especial para aquellos que piensan que el estudio del cambio climático es un tema reciente, acientífico e ideológico. Nada más alejado de la realidad.

Bibliografía: Weart, Spencer: El calentamiento global. Laetoli, Pamplona, 2006.

«La cuenta atrás. ¿Tenemos futuro en la Tierra?»

La cuenta atrásLa cuenta atrás es un sustancioso ensayo escrito con la fluidez de una novela naturalista… No contiene sin embargo un solo párrafo de ficción. Narra el estado de las cosas allí donde su autor ha viajado y estudiado los asuntos tratados; a saber: la explosión demográfica, la capacidad de carga de la Tierra y los programas de planificación familiar y control de poblaciones. Su autor ha recorrido el mundo tratando de averiguar, primero, en qué lugares el crecimiento de la población es una traba para el mismo acto de existir (nosotros y el mundo) y por qué; y segundo, qué tipo de medidas de control familiar se han implementado en dichos lugares, desde cuándo (sorprenderá al lector descubrir que la explosión demográfica, en tanto que problema ecológico, es un tema de largo recorrido) y si los resultados son coherentes, convenientes y positivos.

Primera prevención: el lector no encontrará en este libro soflamas demagógicas; no se trata de pontificar preceptos alarmistas ni de exhortar políticas polémicas (como la del hijo único en China). Se trata de escuchar a quienes llevan muchos años estudiando las consecuencias de una superpoblación en el sentido de aplazar los problemas sociales y ambientales de nuestro mundo. «Capacidad de carga» y «tasa de sustitución» son solo algunos de los conceptos más interesantes tratados en el texto. El libro es sobre todo descriptivo, expositivo, informativo, casi nunca preceptivo. Presenta lo que hay. Pero se compromete…

«El doctor G. S. Kalkat estaba hablando en la Universidad Guru Nanak Dev, en el estado indio del Punyab, cuando un estudiante le preguntó: —¿Cuáles cree usted que son los tres principales problemas que afronta la India? —La población, la población y la población —respondió él».

Luego de años de estudio de situaciones, realidades y datos, y de entrevistar a científicos, economistas, demógrafos…, Weisman tiene derecho a escribir algo con lo que no es difícil avenirse una vez leída su obra:

«Exceptuando las erupciones volcánicas, hoy no hay emergencia en la Tierra que no esté o relacionada con, o agravada por, la presencia de más personas de lo que las condiciones pueden soportar».

¿Conclusiones? El número de seres humanos de la Tierra debe reducirse (la manera de hacerlo es no engendrando por encima de la tasa de sustitución, calculada en función de cada país [pero tal vez no superior a dos vástagos]. Por tanto, controlando la natalidad con la universalización de los diversos métodos anticonceptivos). Además, la «economía de prosperidad sin crecimiento» es posible (de hecho, la promesa del crecimiento ilimitado no es más que una estafa insensata y suicida). Y, puesto que todos compartimos el medio ambiente y sus crisis, es preciso que superemos las diferencias políticas, culturales y sociales que nos dividen para idear juntos las soluciones.

En fin, me parece que no sería del todo justo tildar a su autor de «neomalthusianismo«, en sentido peyorativo, puesto que no actualiza sin más una supuesta vigencia de teorías poblacionales decimonónicas, sino que —como decimos— refiere el statu quo sobre la base de la lógica de los límites del crecimiento actual, el agotamiento de los recursos y la biología de poblaciones. A mi juicio, no es ideología. Es ciencia.

Bibliografía: WEISMAN, Alan: La cuenta atrás. ¿Tenemos futuro en la Tierra? Debate, 2014. 

La venganza de la Tierra

La venganza de la Tierra

«El concepto de Gaia, un planeta vivo, es para mí la base de cualquier ecologismo coherente y práctico. Contradice la extendida creencia de que la Tierra es una propiedad, una finca, que existe solo para ser explotada por la humanidad. Esa falsa convicción de que somos propietarios del planeta, o tan siquiera sus administradores, nos permite seguir hablando de políticas ecologistas con la boca pequeña mientras continuamos nuestras actividades como si nada» (p. 197, las negritas son nuestras).

Propongo definir las palabras rubricadas en negrita como ejercicio de explicación sucinta de La venganza de la Tierra (la teoría de Gaia y el futuro de la humanidad), de James Lovelock. El autor es ya un clásico ineludible —y controvertido— de la ciencia y la divulgación sobre medio ambiente, ecologismo, el estado de la Tierra y las fuentes de energía.

Gaia, Teoría de. Según esta, la Tierra es «un sistema autorregulado que surge de la totalidad de organismos que la componen, las rocas de la superficie, el océano y la atmósfera, estrechamente unidos como un sistema que evoluciona». Hasta aquí, puede que todos estuviéramos de acuerdo; pero, como dice Lovelock, su «personalización» del sistema Tierra, entendida como metáfora de una Tierra viva, capaz de «rebelarse» y «vengarse» por el daño infligido por la humanidad «irrita a los científicamente correctos». No obstante Gaia, como reconoce su autor, es una metáfora, una figura o imagen encaminada a la difusión no solo de la naturaleza compleja y diversa de la Tierra sino a la prevención de los peligros que nos esperan. Así pues, más allá de admitir que Gaia (el sistema Tierra) tiene un «objetivo» (regular las condiciones de su superficie para que sean favorables para la vida), la noción de Gaia, como metáfora de una Tierra viva, recoge ideas aparecidas ya en la filosofía griega y en el Renacimiento (Leonardo da Vinci, Giordano Bruno), y en los siglos siguientes hasta convertirse, con Lovelock, en una «ciencia del sistema Tierra»: «se basa en observaciones y modelos teóricos y ha realizado predicciones correctas».

Ecologismo. Conforme se avanza en el libro, uno tiene la sensación de que su autor está próximo a las teorías propugnadas por la denominada Ecología profunda (sospecha que verá confirmada por Lovelock hacia el final del libro), así como a la filosofía de Arne Naess. Gaia es lo primero; la humanidad viene después, porque nuestra supervivencia depende «de aceptar la disciplina de Gaia». Es decir, según Lovelock no es inhumano ni cruel pensar primero en salvar a la Tierra, en tanto que sistema vivo, porque nuestra vida depende de que seamos capaces de estar en paz con ella.

Por otro lado, Lovelock disiente de los que llama «ecologistas profundos de origen humanista», aquellos que, siempre según Lovelock, desprecian la tecnología, prefieren las energías y medicinas alternativas y dejar a la Naturaleza seguir su curso… Pero, dado que dependemos por completo de los combustibles fósiles, claramente contaminantes y periclitados, Lovelock asume como «remedio necesario» y mal menor el uso de la energía nuclear. Sin duda el tema más polémico en torno a este autor es su defensa a ultranza de dicha energía. No entraremos aquí en detalles, pero sirva como síntesis de su argumentación una breve cita:

«La energía nuclear está disponible de forma inmediata, y tendríamos que empezar a construir nuevas centrales sin más demora. Todas las alternativas posibles, incluida la energía de fusión, necesitan todavía décadas de investigación y desarrollo antes de poder ser empleadas a escala suficiente como para que su uso se traduzca en una reducción de las emisiones» (p. 156).

Así pues, según Lovelock, ahora no podemos reemplazar por completo la energía nuclear por renovables (eólica, solar, mareomotriz; hidroelectricidad, biocombustibles…). Al menos como medida temporal, habría que seguir explotando la energía nuclear, no porque sea la panacea sino porque, y pese a los riesgos (según él, exagerados. Me pregunto qué pensará ahora, después del accidente nuclear de Fukushima…), su uso sería un mal menor en comparación con los peligros de los combustibles fósiles.

Lovelock, con independencia de que aceptemos sus argumentos, razona con lógica y solidez su defensa de la energía nuclear. Además, la imagina «formando parte de una cartera de fuentes de energía […] medida temporal mientras ganamos tiempo para que, tras haber servido a nuestros propósitos, pueda ser reemplazada por energía limpia de otro tipo». ¿Cuáles son esas energías limpias? Las renovables, la de fusión (cuando dispongamos de ella) y la quema de combustibles fósiles en unas condiciones en las que los residuos de dióxido de carbono puedan ser aislados y no expulsados a la atmósfera, a fin de contrarrestar el calentamiento global.

Bibliografía: Lovelock, James: La venganza de la Tierra. Planeta, Barcelona, 2007.

 [Imagen: foto propia] 

 

Ecocidio

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Ecocidio revela que la Historia que nos enseñaron en el bachillerato es parcial y defectuosa. Así, nos explicaron las causas siempre políticas, sociales, doctrinales, económicas, bélicas…— del declive y agonía de las civilizaciones (Babilonia, Egipto, Grecia, Roma, la antigua China, los mayas), pero nunca mencionaron los «disparates ecológicos» de la Antigüedad como coadyuvantes, si no causantes directos,  de esos colapsos.

«La historia de la humanidad está llena de relatos sobre las actividades ecocidas primitivas de los grandes imperios […] todos los cuales destruyeron sus bosques y la fertilidad de su suelo cultivable y eliminaron buena parte de la fauna original».

Es virtud de este libro el presentar los fenómenos globales referidos a los ecocidios desde un punto de vista interdisciplinario e histórico. Su autor es sociólogo ambientalista, y el lector agradece que los materiales usados en la obra estén tomados tanto de las ciencias sociales como de las naturales. «El objetivo de este libro —escribe Broswimmer— es afinar nuestra comprensión histórica y sociológica del ecocidio y explorar posibles alternativas liberadoras».

La evolución cultural de nuestra especie muestra su aspecto más destructivo en la degradación medioambiental y la extinción en masa de las especies. Ecocidio incide —pássim— en la pérdida de biodiversidad como un daño ecológico cimero (incluso por encima de la contaminación ambiental y el cambio climático), en coherencia con lo que otros autores (para el caso español, pienso en Delibes de Castro) vienen comentando en los últimos años. De modo que las razones contra la pérdida de biodiversidad se multiplican. Por resumir, y en cuanto a las dependencias de nuestra especie del resto, el autor arguye: 

  • otras especies producen el oxígeno que respiramos;
  • absorben el dióxido de carbono que exhalamos;
  • producen nuestro alimento;
  • mantienen la fertilidad de nuestro suelo;
  • nos proporcionan madera y papel;
  • el mundo natural proporciona incontables beneficios médicos, agrícolas y comerciales.

En definitiva, dependemos profundamente de la biodiversidad, y la irreparable e irreversible pérdida de las especies es un problema ecológico de primer orden.

La historia de las relaciones problemáticas entre naturaleza y sociedad es por tanto dilatada. Ya hay un primer indicador de la capacidad humana para modificar la naturaleza en el exterminio de la megafauna del Pleistoceno. Pero la era moderna y el nacimiento del capitalismo supondrán unas consecuencias ecológicas colosales:

«Los acontecimientos de 1492 pusieron en marcha la erosión de la diversidad cultural y ecológica, cuya importancia sería más tarde considerablemente amplificada por el progresivo sometimiento de todas las regiones del planeta al capitalismo industrial».

El autor pasa revista a las consecuencias ecológicas de la revolución industrial, haciendo hincapié en el daño del moderno comercio de pieles, la matanza masiva del bisonte norteamericano y la caza comercial de cetáceos, todas ellas formas de ecocidio. Además, las guerras y conflictos bélicos modernos son tratados como ejemplos de destrucción sistemática del medio ambiente. En definitiva, si bien todas las culturas humanas han sido ecocidas (los pascuenses de Rapa Nui son otro lamentable ejemplo tratado en el libro), el desarrollo histórico profundo del siglo XX  marcó una capacidad inédita de daño grave a los ecosistemas mundiales. Hemos convertido el planeta en auténtica «zona de sacrificio», en el cual no es menor el problema derivado de la explosión demográfica: «sin un programa demográfico, los esfuerzos para un desarrollo social alternativo y una restauración ecológica mundial» son inútiles. Según Broswimmer, en el curso de la próxima generación «necesitamos el crecimiento cero de la población».

Al final, Ecocidio para mientes en el impacto ecológico de la globalización y el neoliberalismo. Así, las multinacionales «son parte integrante del desastre ecocida moderno». No en vano dominan los mercados globales, poseen un poder económico mayor que muchos estados, y prosperan sobre la base de una legitimación espuria de sus prácticas ecológicas dañinas. El «capitalismo tardío» exacerba el «proceso de mercantilización de los seres vivos y el medio ambiente». Creo que no es preciso insistir en la «inmoralidad estructural» edificada sobre las instituciones del poder neoliberal, ni en los riesgos ecocidas de una existencia centrada en el consumo ilimitado, lo comercial y el mito del crecimiento infinito.

¿Qué hacer?

El autor nos propone lo que denomina «democracia ecológica»:

«El hecho de dar voz y voto a la naturaleza muda en todas las deliberaciones humanas. Aquí la democracia representativa se convierte esencialmente en eso mismo: los humanos re-presentan (vuelven de nuevo presentes) a las demás criaturas en todas sus actividades. La democracia ecológica no puede alcanzarse sin democracia de base y sin democracia económica, y viceversa».

Lo que, entre otras cosas, parece significar que ya no puede haber justicia ni paz sociales sin justicia ni paz ecológicas. Que la lógica del capitalismo, sus falsas ideas y valores materialistas están obsoletos, y que porque «nuestra actual situación ecocida no se ha desarrollado en un vacío social», sino que tiene un contexto histórico concreto, necesitamos integrar una lógica de la democracia ecológica en las esferas política y económica. Sin democratizar la economía y el Estado no se puede resolver la crisis medioambiental.

Sostiene, en fin, este libro que es nuestra incapacidad para desarrollar una democracia ecológica auténtica la que impulsa la extinción en masa de las especies, así como el resto de dificultades medioambientales. Que la globalización neoliberal (con «los recursos económicos en un número de manos cada vez menor, estructurando así la toma de decisiones sobre el uso y la aplicación de la riqueza social de acuerdo con los imperativos instrumentales de la acumulación de capital»), así como la explosión demográfica (que amplía «la capacidad de los seres humanos para desplazar y aniquilar a otras especies») ocasionan daños ecológicos incuestionables. Pero sin ánimo de fatalismo, pues, según insiste su autor, las tendencias ecocidas no son inevitables, en el sentido de que son resultado histórico de nuestra evolución social y cultural. De modo que aún tenemos la capacidad para comprender, adaptarnos y recuperar el planeta equivocadamente tratado como «zona de sacrificio».

Bibliografía: Broswimmer, Franz J.: Ecocidio. Laetoli, Pamplona, 2005.  

 [Imagen: foto propia] 

La «ecosofía» de Félix Guattari

Las tres ecologías

«Así, hacia donde quiera que uno mire encuentra esa misma paradoja lancinante: por un lado, el desarrollo continuo de nuevos medios técnico-científicos, susceptibles potencialmente de resolver las problemáticas ecológicas dominantes y el reequilibrio de las actividades socialmente útiles sobre la superficie del planeta y, por otro, la incapacidad de las fuerzas sociales organizadas y de las formaciones subjetivas constituidas de ampararse de esos medios para hacerlos operativos» (F. Guattari).

Este no es exactamente un libro de filosofía de la ecología. Es verdad que su autor, el filósofo y psicoanalista francés Félix Guattari menciona, ya en el año de su edición (1989), «los fenómenos de desequilibrio ecológico que amenazan» la vida en un planeta sujeto a perturbaciones técnico-científicas; pero también alude al hecho de la reducción de las «redes de parentesco» (en el sentido de un deterioro de los modos de vida humanos), al papel homogeneizador de los medios de comunicación de masas y a la osificación de «la vida conyugal y familiar». Es decir, Guattari va más allá del drama ecológico con el fin de aprehender la problemática sub specie aeternitatis.

«La verdadera respuesta a la crisis ecológica sólo podrá hacerse a escala planetaria y a condición de que se realice una auténtica revolución política, social y cultural que reoriente los objetivos de la producción de los bienes materiales e inmateriales» (Guattari).

Pero la «cartografía de la subjetividad», propiamente guattariana, recorre toda la obra y desvirtúa la que pretendiera ser una lectura ecológica del libro. Lo que interesa a Guattari de las problemáticas ecologistas es que son coetáneas y herederas de singularizaciones «respecto a la singularidad normalizada»; en un contexto «de fragmentación, de descentramiento» de donde surgen, según él, dichas problemáticas. De modo que Guattari entiende por ecosofía «una articulación ético-política […] entre los tres registros ecológicos, el del medio ambiente, el de las relaciones sociales y el de la subjetividad humana».

Más allá del uso intencionadamente abigarrado de su estilo literario, este libro nos interesa porque profundiza, en el sentido de reintegración de la complejidad de lo real, en la «ecología generalizada» que propone su autor: una ecología que sabe que solo combatiendo y cuestionando los peligros y patrañas del statu quo dominante (en particular, del capitalismo postindustrial) podemos crear «territorios existenciales» donde «todo es posible, tanto las peores catástrofes como las evoluciones imperceptibles».

¿Quién no asumiría una ética ecosófica que instaure los nuevos sistemas de valores que posibiliten un futuro digno de ser vivido?

Bibliografía: Guattari, Félix: Las tres ecologías. PRE-TEXTOS, Valencia, 2000.  

[Imagen: foto propia]

La naturaleza en peligro

La naturaleza en peligro

«Puedo haber transmitido una imagen oscura, poco grata, de cómo marchan las cosas en relación con la diversidad de la vida sobre la Tierra. Entiendo, sinceramente, que eso es lo que hay. […] no se trata de una visión apocalíptica y mucho menos de una profecía catastrofista».

«Saber que la naturaleza está atravesando una seria crisis, directamente derivada de nuestras actividades como seres humanos, es mejor que nada. Solo eso, ya nos acerca un poquito a la solución. El segundo paso es creerlo, tomarlo en serio».

«Tomarlo en serio» —escribe Delibes de Castro—; es decir, tomarse en serio la naturaleza y su crisis. El título de esta web podría haberse inspirado en esa frase (aunque no es el caso). Tomarse en serio la crisis medioambiental supone saber del concepto de «biodiversidad», su origen, sentido, propósito y capacidad de explicarnos la variedad biológica. Supone, como hace este libro, indagar en cuántas especies hay y en cuántas conocemos; en por qué desaparecen las especies y cuáles son las consecuencias de su extinción; en qué sentido tiene «valorar monetariamente la biodiversidad»; en la ética y estética de dicha biodiversidad…

El lector de La naturaleza en peligro se hace una idea muy consistente de por qué es mejor la variedad biológica que la uniformidad, de los argumentos empíricos que manifiestan que, como decía Averroes, en la naturaleza no hay nada superfluo; no sobra ninguna especie. La naturaleza es un sistema complejo que se autorregula desde hace eones y en el que cada parte tiene su cometido. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) declaró, en el año 2000, que «tenemos los conocimientos, la tecnología y los recursos necesarios para conjurar la crisis de extinción. Lo que falta es el compromiso político para utilizarlos e invertir en esa tarea en interés de las generaciones futuras. Ninguna pérdida de especies es aceptable para la UICN. Ninguna especie debería extinguirse».

Termina su autor el libro con una frase lapidaria que no puede ser más cabal:

«Queremos salvar la naturaleza y, además, necesitamos hacerlo».

Bibliografía: Delibes de Castro, Miguel: La naturaleza en peligro. Destino (Booket), Barcelona, 2005.  

[Imagen: foto propia]

Procesos de máxima relevancia ecológica

escanear0001Un enfoque filosófico de la degradación del medio ambiente debería, según creo, presentar el ideario que clara y distintamente postula la comunidad científica de manera unánime. Aquellas cuestiones sobre las que el consenso científico es casi total, de acuerdo a la abrumadora realidad de los datos. No en vano los escasos escépticos al cambio climático antropogénico (es decir, quienes cuestionan que el ser humano esté afectando significativamente en el clima) gozan de una credibilidad decreciente.

Dicho ideario puede vertebrarse en torno a algunos titulares genéricos (ver imagen):

1. «Límites de un planeta sano». Durante miles de años hemos contaminado el planeta con total libertad. Pero la acción antrópica contaminante tiene límites; de hecho, la destrucción de recursos y de la capacidad de absorción de desechos nos ha llevado al límite del planeta. Como escribe el ecólogo Jonathan Foley,

«Después de examinar numerosos estudios interdisciplinarios de sistemas físicos y biológicos, nuestro equipo identificó nueve procesos ambientales que podrían perturbar, e incluso impedir, la capacidad del planeta para albergar vida humana. El equipo estableció a continuación unos límites para esos procesos, dentro de los cuales la humanidad podría operar sin riesgo».

Lo grave del asunto es que hay tres de dichos procesos que ya han rebasado sus límites: la pérdida de biodiversidad (tanto los ecosistemas terrestres como los marinos padecen un ritmo de destrucción encarnizada); la contaminación por nitrógeno y fósforo (la aplicación masiva de abonos artificiales y de fertilizantes degrada ríos y mares y genera zonas muertas. Necesitamos «nuevas prácticas agrícolas que favorezcan la producción de alimentos, al tiempo que protegen el medio» [ídem]); y el cambio climático (el calentamiento del planeta va en aumento. Sin olvidar las consecuencias más populares, el cambio climático está acidificando los mares, modificando su pH y debilitando sistemas marinos y sus redes tróficas).

Sobre las consecuencias de «forzar el límite», y sus posibles soluciones es bien explicativo el siguiente cuadro:

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2. Esbozo de soluciones para las principales amenazas ambientales.

  • Nuestro sistema energético no puede seguir dependiendo del carbono. Hemos de estabilizar la concentración atmosférica de CO2. En este sentido, las energías renovables son claves para la sostenibilidad de un statu quo viable.
  • Hay que reducir de manera rigurosa la deforestación y degradación del suelo.
  • Nuestras actuales prácticas agrícolas son insostenibles. Necesitamos una revolución agrícola. El uso más eficiente del agua y los fertilizantes es improrrogable.
  • Todos dependemos de la naturaleza, por eso hay que recompensar la pérdida de biodiversidad. Tenemos que asumir que los recursos naturales no son inagotables, e implementar «mecanismos políticos y económicos innovadores que recompensen la conservación y la restauración del medio» (Gretchen C. Daily, profesora de ciencias ambientales en la Universidad de Stanford).
  • Se impone la necesidad de límites al consumo de agua dulce. Se puede ahorrar agua sin que esto perjudique la salud humana ni la productividad económica. Como dice el científico Peter H. Gleick:

«Por ejemplo, mejorando la eficiencia hídrica. Se puede aumentar la producción de alimentos con menos agua (y menos contaminación hídrica) si se cambia del regadío tradicional por inundación al goteo o la aspersión de precisión, junto con una supervisión y gestión más rigurosas de la humedad del suelo. […] En los hogares, millones de aparatos domésticos ineficientes pueden reemplazarse por otros más modernos».

  1. «El fin del crecimiento». La filosofía según la cual «más» equivale a «mejor» ya no es válida. Nadie ignora que el crecimiento económico ha contribuido, durante las últimas generaciones, a un bienestar incomparable con etapas anteriores de la historia de Occidente. Pero la arraigada idea del crecimiento y del consumismo ilimitado hace agua. Más que pensar que el crecimiento ha llegado a su fin, se trata de variar el significado y el sentido de dicho crecimiento, entendiendo por tal una gestión inteligente de la riqueza y los recursos. Se habla así de una «nueva agricultura», del cambio a otras fuentes de energía y de transformaciones del sistema mundial económico-financiero.

Bibliografía: Investigación y Ciencia, n.º 405, junio de 2010, pp. 45-59

[Imágenes: fotos propias]